En ocasiones he hablado de los peligros de la actividad solar, de una posible explosión de una estrella próxima a nosotros, pero la alarma nos vino el pasado mes de junio del centro de nuestra galaxia.
En el centro de nuestra galaxia existe una agujero negro que, hasta ahora, lo dábamos por tranquilo y poco peligroso. El pasado 13 de junio lanzó un terrible fogonazo, un episodio de energía expulsada que pudo tener efectos sobre todas las estrellas próximas y los planetas que posiblemente las orbitan. Afortunadamente nosotros estamos a 25.000 años luz, pero no estamos exentos de la energía que libera convertida en partículas atómicas y subatómicas y radiación electromagnética.
El agujero negro del centro de nuestra galaxia es una singularidad que engulle todo lo que está próximo. No es de los agujeros negros más grandes pero tiene cuatro millones de masa solar.
El peligro es que desconocemos cuales sus fases de actividad, y todo hace sospechar, que esa actividad depende de lo que engulle. En la actualidad existe una nube de gas que tiene triple masa que la Tierra y está apunto de ser engullida. Esto ocurrirá a mediados de 2013, y no se sabe exactamente si este acontecimiento originará nuevos fogonazos del agujero negro.
Las estrellas alimentan los agujeros negros y esto produce transformaciones en las galaxias. La intensa radiación X y ultravioleta emitida por la materia que cae hacia un agujero negro puede generar vientos de gas caliente que barran regiones de formación estelar.
El agujero negro del centro de nuestra galaxia es pequeño comparado con otros agujeros negros. Tampoco parece muy activo, pero puede tener ciclos que son insignificantes ante la brevedad de nuestra civilización. Parece que tuvo un episodio de trabajo y actividad, alrededor de hace unos 100.000 años. Pero, en cualquier caso, fue un efecto de bajo impacto, especialmente por la distancia que nos separa de él. Es indudable que otros sistemas cercanos pudieron ser barridos por la radiación interestelar (fotones y partículas de muy alta energía) que dañarían las moléculas que forman los posibles organismos. De cualquier modo parece que a 25.000 años luz nos encontramos a salvo.