Cuesta pensar que le puedan cortar la cabeza a una persona por no querer convertirse a una religión extremista como es el islam radical. Cuesta considerar como se puede hacer una diferenciación con las mujeres y obligarlas a ir con burkas y prohibirles la educación. Cuesta entender que se mate por una creencia y que se entablen guerras sangrientas en nombre de un dios. Cuesta creer que se eduque en madrazas a niños dentro de una sola visión religiosa del mundo, y que se les condicione y se les manipule convirtiéndolos en asesinos o mártires dispuestos a auto-explosionarse en un mercado lleno de gente.
Cuesta creerlo, pero nosotros, los occidentales estuvimos sumidos en el mismo estado en el medioevo. A los herejes y no creyentes del cristianismo, no se les cortaba la cabeza, pero se les quemaba en la hoguera. A las mujeres no se les colocaba una burka, pero se les instalaba cinturones de castidad o bragas de hierro, cuya llave se llevaba el señor feudal del castillo cada vez que salía a practicar su derecho a pernada. También se les negaba la enseñanza, a excepción de la religiosa; y las más rebeldes, las que leían libros o estudiaban plantas, se las encerraba en conventos.
Los papas y reyes de la época desataron terribles guerras religiosas, las Cruzadas, en las que se asesinaba, mataba, violaba y saqueaba a aquellos y aquellas que no creían en nuestros Dios. Nuestras madrazas fueron los conventos y monasterios donde se educaba a los hijos de los más poderosos, y también se realizaba con una sola visión religiosa del mundo, al margen de condicionar la mente de niños y niñas para matar y morir en nombre de su Dios.
El Estado Islámico (EI) está viviendo una historia semejante a la que nosotros vivimos en el medioevo, siguiendo estancado mentalmente en ese oscuro pasado, solo que ahora en vez de tener cimitarras, tienen armas automáticas; en vez de catapultas, infalibles misiles; en vez de caballos y carros, tienen vehículos blindados y tanques. Son los terroristas más ricos del mundo con sus negocios petrolíferos, sus ventas de obras de arte saqueadas, sus injustos impuestos. Y lo más peligroso es que pueden, en pocas horas, viajar a cualquier lugar del mundo.