Son viajeros del Cosmos y, algunos, proceden de la noche de los tiempos, ya que son como fósiles del Big Bang. Su cantidad es superior a todas las partículas juntas que conocemos y cada día seis millones de ellos atraviesan nuestro cuerpo y la Tierra sin inmutarse.
Los neutrinos son unas misteriosas partículas que viajan por el espacio, cruzan imperturbablemente el universo como si no hubiera materia por medio. Si pudiéramos interponer entre ellos una hipotética pared de plomo de un año luz de espesor (aproximadamente la tercera parte de la distancia a la estrella más próxima a nosotros) conseguiríamos bloquear el 50% de los neutrinos.
Un hipotético ser constituido sólo por neutrinos podría desplazarse a velocidades próximas a la luz, moverse por nuestras ciudades sin importarle los edificios, las montañas y los obstáculos que se encontrase. Sería como Gurú-gurú, aquel personaje cinematográfico que atravesaba paredes.
Los neutrinos son difíciles de detectar por su bajísima masa: 100.000 neutrinos equivalen a un solo electrón.
¿De dónde salen? Algunos son tan antiguos como el Big Bang, otros surgen de las reacciones que se producen dentro de las estrellas, otros dentro de nuestro Sol y en el interior de la Tierra. También son productores la radioactividad del potasio y calcio de los huesos y los dientes humanos.
Uno de los grandes productores de neutrinos son las estrellas supernovas. Las supernovas son estrellas que explotan con una gran potencia capaz de eclipsar toda una galaxia. En el 23 de febrero de 1987, mientras medio mundo dormía y otro medio desayunaba, se produjo un flujo anómalo de neutrinos, más de los habituales atravesaron nuestros cuerpos y todo el planeta. Este acontecimiento fue debido a la explosión de una supernova en la Gran Nube de Magallanes, una de las galaxias satélites que acompañan a la Vía Láctea. Fue un acontecimiento muy especial, ya que este tipo de explosiones sólo se han producido, hasta ahora, una por siglo y galaxia.
Fueron actualidad cuando un desafortunado experimento en 2011, entre Ginebra y Gran Sasso, experimento Opera, pretendió demostrar que eran más veloces que la luz, algo que contradecía la teoría de la relatividad. Un error en la medición ocasionó este incidente que se mostró como una gran pifia. Ese fue el lado malo del experimento, el lado bueno es que muchos ciudadanos oyeron hablar por primera vez de los neutrinos y los más inquietos se interesaron por leer, en revistas, Internet y enciclopedias, lo que eran aquellas peculiares partículas. En resumen se confirmo aquello que “no hay mal que por bien no venga”.