Reflexionaba sobre las complejas razones que pueden impulsar a un individuo, mentalmente equilibrado, para presentarse voluntario a un viaje sin retorno al planeta Marte, un viaje en el que lo único que está garantizado es que no lo traerán de vuelta a la Tierra. ¡Qué ocasión para enviar a nuestros políticos!
Pese a este inconveniente sin importancia, se han presentado 200.000 voluntarios de todo el mundo, de los que, en una primera criba, se han seleccionado a 1058. Me imagino que se han descartado, inicialmente, a aquellos que no reunían las condiciones físicas necesarias, y especialmente a aquellos cuyas facultades mentales eran dudosas, ya que a este tipo de aventuras suelen acudir esquizofrénicos que han oído voces que les han alentado a viajar a Marte; paranoicos que son portadores de mensajes para salvar al mundo y ahora llevarlo hasta Marte; inteligentes psicópatas dispuestos a realizar una escabechina tipo Alien con sus compañeros de viaje a menor descuido de estos; y fanáticos religiosos que ven la necesidad de llevar su evangelización hasta Marte y crear una nueva “mormon-city” entre las gargantas y cráteres rojizos de la árida geología marciana.
Podemos colonizar Marte con aventureros, soñadores y exploradores, pero no con locos e iluminados. Realizarlo con estos últimos sería crear una sucursal de la Tierra en un mundo que comienza.
Pienso que algunos de estos voluntarios, al margen de la seducción marciana que Ray Bradbury nos contagió con sus Crónicas Marcianas, gozarán de otras razones de peso para enrolarse en esta aventura colonizadora. Unos tendrán un espíritu de aventura, como aquellos que se embarcaban en los puertos europeos con sus escasos enseres y se lanzaban a atravesar el Océano Atlántico o Mar Tenebroso con sus terribles tempestades para llegar al Nuevo Continente. Lo hacían en naves insalubres, frágiles e inseguras, propensas a naufragar en el inmenso mar salado al más mínimo oleaje que hoy supera hasta un surfista novato. Ahora los futuros nuevos colonizadores tienen que atravesar el espacio planetario con sus tormentas solares, la exposición a la radiación cósmica, y los peligros de los meteoritos y asteroides en reducidas naves sujetas a cualquier tipo de avería que los haría naufragar en un vació absoluto.
Imagino que muchos están poseídos por esa necesidad de abandonar este loco planeta y otros se habrán presentado por la imperiosa necesidad de huir de un entorno en el que ya no aguantan más. Un entorno provocado por un jefe dictatorial en su mundo laboral, una suegra insoportable a la que se ha aliado la esposa que ya no les importa nada, un cuñado cretino que no hay quién lo aguante o un sistema social que aborrecen. También puede que las hipotecas y las deudas sean la razón de largarse lo más lejos posible, cosa que antes se remediaba con la Legión francesa.
Pero creo que también hay quienes quieren ser pioneros en la conquista del espacio, en este caso en la conquista de un planeta de los que forman parte de nuestro sistema planetario y que no deja ser más que uno de los billones de planetas que alberga nuestra galaxia. Tal vez estos pioneros están dominados por un gen regresivo que les impulsa a regresar al espacio del que provenimos. Somos polvo de estrellas y nuestro destino es explorar nuestro origen que, inicialmente, nos permitió evolucionar en la Tierra desde micro partículas cósmicas, hasta seres que transportan un cerebro de alrededor de 1.200 gramos que busca desesperadamente sus orígenes.
Me preguntaba un amigo si yo me hubiera enrolado, de ser más joven, a una aventura semejante y que tres cosas me hubiera llevado. Pues dado a ir a colonizar Marte me hubiera llevado: una mujer, otra mujer y otra mujer.