No acostumbro a escribir sobre religión porque, como destaca mi editor, siempre que lo hago se me calienta la boca, como diría el inolvidable Rubianes. Procuraré que no se me caliente.
Se descubre un papiro en copto del siglo IV, copia de un texto del siglo II, en el que se menciona a un Jesús casado. Textualmente un fragmento del texto destaca: “Y Jesús les dijo: mi mujer. Ella puede ser mi discípula también”. Parece que este texto sorprende cuando en el Nuevo Testamento y en el Evangelio de Felipe ya se recoge esta posibilidad. Ocurre que, seamos sinceros, hay dos libros que todo el mundo tiene en casa y que casi nadie se los ha leído: la Biblia y el Quijote.
Si abrimos la Biblia por 1-Corintios. 9:5, leemos que uno de los apóstoles pregunta: “¿No tenemos derecho a traer con nosotros una hermana por mujer como también los otros apóstoles, y los hermanos del Señor, y Cefeas?”. No queda muy claro este cambalache o truque de “una hermana por mujer”, pero sigamos. En el Evangelio de Felipe, textos de Nag Hammadi, Felipe explica: “…tres mujeres caminaban con el Señor, María, la hermana de ésta; y María Magdalena que es denominada su compañera”. En otro fragmento Felipe destaca refiriéndose a María Magdalena: “Jesús la amaba más que a todas sus discípulas, y la besaba frecuentemente en la boca”. En este texto los discípulos de Jesús le reprochan que “la ame más que a todos ellos”, y Jesús les aclara que “a ella la ama más que todos juntos”.
Es evidente que Jesús tenía una compañera, casada o no con él, era su compañera, ya que no está claro cuando apareció la institución del matrimonio que en aquellos tiempos era una “alianza”. En el Diccionario de la Biblia de H. Haag Se encuentra el concepto de “pacto” o “alianza”, no matrimonio. Y el concepto de esposa se entiende como “compañera”, “mujer” e incluso “hermana”.
En el Nuevo Testamento la mujer, aunque secundaria por machismos como el de Pedro, tuvo un papel importante que ha sido posiblemente oscurecido en las múltiples traducciones e incluso censurado. Debo recordar fue el obispo de Alejandría, Anastasio, quién en el año 367 d. C. decide que textos o Evangelios incluir en el Nuevo Testamento. Sus criterios fueron infantiles y confusos, y eso es lo que ha prevalecido con cuatro Evangelios contradictorios que sólo producen confusión.
En el Evangelio de Tomás, uno de los mejores y más profundos Evangelios agnósticos, se insinúa la relación de Jesús con otras mujeres, ya que Salomé le recuerda a Jesús: “Has subido a mi cama y has comido en mi mesa”.
En resumen, la pregunta que todos nos formulamos, es si Jesús existió o no existió. Toda queda en una cuestión de fe de cada uno sobre un personaje histórico, que no dejó nada escrito de su puño y letra, que no sabemos que aspecto tenía, dónde pasó la mayor parte de su vida, que idiomas hablaba, si tenía o no tenía hermanos, si dejó o no dejó descendencia, y si existe o no una tumba con sus restos y los de su familia como investigó el cineasta James Cameron.