Cuando realizamos la expedición Tassili-2 (centro del Sahara argelino, en el Hoggar), embarcamos en el Tipasa, ferry que realizaba la ruta Alicante-Orán. El barco, en su cubierta “VIP” disponía de un salón con bar que desembocaba en un pasillo con varios raquíticos camarotes a cada lado. Luego los asientos de cubierta, la bodega para vehículos, etc. Los miembros de nuestra expedición, cuatro, alquilamos un camarote de cuatro literas con un pequeño ojo de buey tan rayado que no pasaba ni la luz de Sol. Quiero prescindir de nombres en esta historia, porque lo importante son los hechos. Así que, destacaré, que uno de nosotros se fue a dormir radiando sonoros e insoportables ronquidos superiores a una estampida de búfalos. Los otros tres decimos ir al salón-bar a tomar algo ante el insufrible ronroneo peor que la persistente y angustiante llamada nocturna de los gorilas del Congo en su época de celo. Fue en este salón, junto a unos alemanes y franceses, con la silenciosa complicidad de los camareros, que ideamos prodigarle una broma a nuestro roncador compañero.
Nos mojamos los cabellos, nos pusimos los salvavidas, nos dejaron una cubitera llena de agua y entramos en el camarote, unos gritando con gran desesperación: “¡Se hunde!, ¡Se hunde!”, mientras otro arrojaba el agua de la cubitera sobre la cabeza de nuestros compañero. Como estaba ubicado en una litera superior, al incorporarse mojado se golpeó con el techo, eventualidad que no habíamos considerado en nuestro escenario de naufragio, pero, afortunadamente, fue un golpe leve. Nosotros, con los salvavidas puestos salimos del camarote y nos refugiamos en el camarote de enfrente, de unos alemanes conchabados que se partían de risa. Nuestro compañero, con unos calzoncillos blancos, mojado y con un chichón en la cabeza, salió corriendo por el pasillo mientras intentaba abrocharse el salvavidas de color naranja. Desembocó en el salón-bar donde el resto de los viajeros esperaban el resultado de la broma. Se encontró desconcertado en medio de la sala, chorreando agua, descalzo, en calzoncillos y un chaleco salvavidas, con gente que lo miraba desternillándose de risa.
Nuestro compañero de expedición se dio cuenta que había sido víctima de una elaborada broma, regreso cabreado al camarote voceando maldiciones y groseras letanías contra nosotros que no me atrevo a transcribir. Como suponía que estábamos ocultos en algún camarote golpeaba y pateaba con rabia todas las puertas del pasillo. Aquella noche, los otros tres miembros de la expedición tuvimos que dormir en el salón-bar ya que se cerró a cal y canto y no nos dejó entrar a dormir en nuestras literas. Fue el castigo que recibimos, pero aun recuerdo la ovación de aplausos y risas que tuvimos cuando regresamos al salón-bar, y como todos los extranjeros que allí estaban competían por pagarnos unas copas y haberles alegrado la aburrida travesía. No existían aún las cámaras fotográficas de los teléfonos, y sólo unos japoneses realizaron fotos con cámaras desechables… fotos que deben guardar celosamente en sus álbumes familiares y enseñar a sus nietos explicándoles la extraña historia de la noche que se “hundió” el Tipasa.