El amor es pura química generada por nuestro cerebro, una trampa más de las endorfinas. Cuando una persona nos hace “tilín” se desencadenan 250 sustancias químicas en el cerebro, liberamos neurotransmisores que nos hacen sentir excitación, alegría, euforia y optimismo. Se libera la oxitocina, conocida como “hormona del amor”, y cuando vemos a la persona amada se liberan endorfinas. Una borrachera química que nos hace ver que la vida es bella.
No dominamos esa química que llega a hacernos hacer tontería. La feniletilamina es la responsable de esa sonrisa tonta sin sentido que soltamos cuando pasa junto a nosotros la persona que nos ha enamorado. Nuestro corazón late con más fuerza, y no es debido al amor, es debido a la acetilona, el endovalium y la adrenalina que producimos como cualquier animal en celo. Cada sustancia tiene su misión machacadora. El endovalium desata nuestra fantasía e imaginación, nos vemos en los brazos de la persona amada. La adrenalina nos estimula, nos produce más reflejos y nos induce al galanteo con posturas, ridículas, pero cautivadoras y seductoras.
El mensaje que ha penetrado por nuestros ojos, la imagen de la persona que nos ha hecho “tilín”, su olor característico, ha provocado que se desatase en nuestro cerebro una trampa química lanzada para que la especie se perpetúe. Un ejército de sustancias que no podemos dominar.
Somos pura química, son los neurotransmisores los que desatan nuestras emociones. Afortunadamente ese proceso químico se agota, no lo podríamos resistir ni nosotros ni un paquidermo, y nuestro enamoramiento disminuye.
Decía el fallecido escrito José Luis Vilallonga que el amor-pasión se convierte un día u otro, como cualquier amorío banal, en una luz de bengala, o mejor dicho, un fuego artificial. El último cohete lo enciende aquel de los dos amantes que abre los ojos primero. Los franceses llaman a este momento de lucidez: “recuperer ses esprits”.