El origen del crimen y la violencia nace con las religiones. El Antiguo Testamento, texto sagrado del judaísmo, recoge el primer crimen de la historia: Caín matando a su hermano Abel. El Corán ilustra la vida de Mahoma con luchas y sanguinarias guerras, y nos recuerda que el cisma entre sunnitas y chiitas es consecuencia de los asesinatos de los sucesores de Mahoma. En el Nuevo Testamento podemos leer como Jesús anuncia: «No os imaginéis que vine a poner paz sobre la tierra; no vine a poner paz, sino espada» (Mateo 10:34) En otro fragmento Jesús advierte: «¿Pensáis que vine a traer paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino más bien división» (Lucas 12:51): Y finalmente, Jesús exhorta a armarse ordenando: «Quién no tenga espada, venda su manto y cómprese una» (Lucas 12:51).
Los textos sagrados de las tres grandes religiones monoteístas chorrean sangre y violencia, crímenes y pasiones eróticas. Son manuales de adoctrinamiento con el objetivo de desautorizar las creencias de sus competidores.
Que yo sepa no existen crímenes en las teorías de la evolución de Darwin, ni en la teoría de la relatividad de Einstein, ni en la mecánica cuántica. La ciencia transmite conocimientos demostrados, experimentados, debatidos. Mientras que los libros sagrados están cargados de leyendas, mitos, supersticiones y hechos irreales que nos quieren imponer como auténticos.
El más brillante invento de las religiones ha sido el pecado. El pecado y la herejía justificaba el uso de la hoguera, la violencia de la espada y las más horribles torturas de la Inquisición. El cristianismo fue sanguinario como corresponde a toda religión que quiere triunfar. Y tras miles de crímenes hoy se alza gloriosa y honorífica en el Vaticano, sin que nadie solicite cuentas por su pasado, sin que nadie exija un «juicio de Nuremberg» por los desmanes cometidos con la hoguera, por el asesinato de sus propios papas, por el retraso que impuso a la ciencia.
Hoy aun existen fanáticos discípulos que asesinan defendiendo la vida del embrión. Hasta hace muy poco católicos y protestantes se asesinaban por las calles de Irlanda del Norte. Porque la religiones se vuelven intolerantes cuando defiende los que consideran sagrado y dogmático, y tras la intolerancia siempre surge la violencia.
Las religiones han sido la causa de terribles sufrimientos humanos, represiones, traumas psicológicos, violencia física, desigualdades, machismos. Han sido el matraz y molde de paranoicos portadores de mensajes divinos o psicópatas matando en nombre de su dios.
Las religiones han embaucado a millones de personas con unos mitos infantiles con el fin de manejarlos y condicionarlos con tenebrosos fines que comportan uno de los capítulos más oscuros de la historia de la humanidad.
Los primeros ejemplos de guerra santa y martirio se hallan en las historias judías y cristianas, por lo tanto no debe extrañarnos la yihad y el martirio de los terroristas del Islam, pues no han hecho más que copiar de la historia. Los terroristas son fanáticos que matan por una idea religiosa, pero también se pueden hacer matar por ella. Nace el mártir y es precisamente este sujeto el que se convierte en cruel perseguidos.
Tampoco nos debe extrañar el fanatismo de los terroristas actuales, no nos debe extrañara que se sientan puros como los caballeros medievales que fueron a las Cruzadas para saquear, matar, violar y destruir en nombre de la religión cristiana.
Dice Frédéric Lenoir en «La metamorfosis de Dios» que «con o sin religión, las buenas personas puede comportarse bien y las malas hacer maldades; pero para que las buenas personas hagan maldades… se necesita la religión».
Las religiones son sectas con el amparo de las instituciones, con sus seguidores en los gobiernos, con el poder político y económico. Una religión es una secta que ha triunfado, que ha tenido éxito… que ha logrado que algunos olviden los crímenes que perpetraron para llegar hasta aquí.