En algunos centros científicos los investigadores llevan unas camisetas que rezan: NO ES QUE TENGA DEFICIT DE ATENCIÓN, ES QUE NO ME INTERESA LO QUE ME EXPLICAS. Creo que terminaré imprimiéndome una camiseta con este lema. Habermas señala que la comunicación debe hacerse la presunción de un significado idéntico, porque, de otra forma, la comunicación no puede darse; ni siquiera comenzar. Ideas y lenguaje tienen que estar al mismo nivel y ser recíprocos. Hay personas que no lo entienden así, y sólo tienen necesidad de ser escuchados.
La necesidad de hablar es fundamental, hay gente que intenta hablar hasta con los sordos. El triunfo de los teléfonos móviles está en que se pueden largar tonterías sin necesidad de saber la cara de escepticismo que pone la otra persona al otro lado de la línea. El lenguaraz, sigue lanzando su retahíla a veces sin pensar si le escuchan o no, se limita, de vez en cuando, a lanzar un “¿me oyes?” para asegurarse que aún estás ahí. La distancia y la falta de imagen permiten tirarse de los pelos y resoplar, mientras te endosan un discurso que no te interesa lo más mínimo. Hasta que cuelgas y cuando te llaman nuevamente mientes diciendo: “estoy….túneles…pasando túne…”, y cuelgas de nuevo. Es un resabiado truco pero te libras del plomazo…un tiempo. Sería terrible dejar sin teléfono portátil a estos campeones de la verborrea, sería como dejar a Ratzinger sin Satanás para intimidar a los fieles. No puedo ni imaginarme a dos profesionales del cotilleo y el chisme colocando su verborrea por teléfono, deben ser como los Testigos de Jehová y los Hare Krishna intentando convencerse mutuamente.
Estos locuaces cargadores del oído ajeno se dividen en varios tipos: los que hablan de la vida de los demás (cotillas); los que sólo hablan de ellos mismos (ególatras); los que te enumeran toda una serie de patologías propias y ajenas (hipocondríacos); y los que te cuentan, ya transcurridos 30 ó 40 años, sus aventuras en la mili como lo más importante de su vida (tontos de capirote). Finalmente destacaría aquellos que cuando hacen una pausa, uno se pregunta, “¿De que narices me está hablando esta persona?” (Síndrome de Williams en el que la conversación es locuaz pero sin consistencia). De verdad vale la pena hablar para explicar hechos mundanos, profanos, tonterías o las vidas de los otros. Se ve que sí, ya que hay gente que le fascina la vida de los demás, la ilusión de que se les escuche, les aburre la soledad, único lugar dónde uno puede reflexionar sobre si mismo, la vida, el universo y otros temas sin que nadie te manipule el pensamiento.
Los hay que se repiten monótonamente en discursos machacones y angustiosos, resoplando sus pensamientos incoherentes, epidérmicos y puramente inconscientes. Insisto, no es que tenga déficit de atención, es que no me interesa lo que mes explicas.
Como decía Valéry: “a mí qué me importa que la marquesa tome el té a las cinco”.