Manipulaciones e injerencias en la Red
Facebook sabe más de nosotros que nosotros mismos. Durante años la Red ha acumulado miles de millones de datos que, consciente o inconscientemente, le suministraban sus más de 2.200 millones de usuarios. Datos inocentes sobre nuestros gustos literarios, gastronómicos, turísticos, cinematográficos, musicales. También otros datos más personales, como lugares que frecuentamos, amistades que tenemos, compras, conductas y opiniones sociales. Y otros datos más delicados, como nuestras tendencias políticas, raciales, religiosas, nuestra economía bancaria, posibilidades de acceso a un crédito, nuestras emociones, etc.
Este big data gigantesco se agita en la coctelera de los algoritmos y produce milagros. Se sabe, por ejemplo, con una probabilidad muy alta a qué partido político tenderemos a votar; y también se sabe que probabilidad tenemos de que no despidan de nuestro trabajo o rompamos con nuestra pareja actual. Los algoritmos predicen el futuro, incluso de los delitos que podemos ser propensos a cometer.
Por esta razón, dicen los expertos que los algoritmos están cambiando el mundo, que nos han convertido en ciudadanos vulnerables porque hemos revelado, sin darnos cuenta, nuestros puntos débiles a la Red.
Lo más grave no está en que un programa pueda conocer nuestras tendencias, gustos y otros aspectos; sino en que pueden influir en nosotros a través de la publicidad dirigida y personalizada para que compremos determinado producto o votemos a un partido concreto.
Los algoritmos usan la información para determinar los intereses del usuario y pueden llegar a conspirar contra nosotros, manipulándonos de una forma perversa y comercial. Una actividad que parecía no importarles mucho a los Gobiernos que lo veían como una lucha más de las competencias comerciales del mundo capitalista. Pero un día descubrieron que se estaban manipulando las elecciones del Brexit en Reino Unido y las de Donald Trump en Estados Unidos. Entonces ya no era manipulación comercial, era “injerencias”.
Una buena campaña de publicidad política, con engaños, desinformación, bulos, difamaciones, sexo y otras artimañas era susceptible de cambiar el voto de los indecisos.
No niego que ciertas imágenes no me influyan, puede que me programen un video en el que vea como descuartizan alegremente cachorros de perros para comérselos en algún país de Oriente y me sulfure y llegue a simpatizar con el partido animalista. Pero no odiaré a todo los orientales por esa causa, de la misma manera que no odiaré a toda la afición taurina por el maltrato que recibe el toro a pesar que me repatea los hígados.
Pero por lo visto hay una proporción muy grande de ciudadanos que se manipulan con facilidad. Son esa multitud que no reflexiona ante lo que está viendo, ante lo que le dicen. Esos ciudadanos a los que se les cuela todo. A los que con una tonadilla musical y asegurándoles que lo ha dicho el doctor tal, o lo usa fulanita de tal, se les dirige la vida. La gente piensa cada vez menos y delega en las máquinas que, por ahora se limitan a copiar… lo bueno y lo malo, los valores modernos y los obsoletos. Pero ante todo son máquinas que se valen de modelos opacos que se filtran en nuestros prejuicios, en nuestros errores y consiguen dirigir nuestras vidas.
Nuestro punto de debilidad no es tan solo el haber volcado nuestras vidas en la Red, nuestro punto de debilidad está en que no nos conocemos a nosotros mismos, no sabemos utilizar nuestro cerebro para desvelar las informaciones falsas que nos cuelgan, optamos por el camino fácil: ¡qué piense otro!
Creemos que sabemos manejar Internet, las tabletas, los teléfonos móviles, pero solo sabemos manejar las máquinas. La verborrea ilustrada que emiten es más poderosa de lo que creemos, especialmente para los cortos de ideas. Es un vórtice que nos influye, nos maneja, nos condiciona, nos aturde con una avalancha de noticias falsas, dudosas, llenas de injerencias que se cuelan por nuestras redes neuronales porque somos perezosos a la hora de discriminar, valorar, analizar y racionalizar.
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