Historia de la medicina: un recorrido aterrador

octubre 12th, 2019

 

Historia de la medicina: un recorrido aterrador.

 

 

“¿Qué plato es este, señor?

Este plato es de alacranes y víboras.

¡Gentil plato!”.

Tirso de Molina (El burlador

 

Ha sido un recorrido aterrador, como mínimo debemos de reconocer que nuestros antepasados han sido las cobayas en las que la medicina ha experimentado y ensayado técnicas para alcanzar el conocimiento que tiene hoy.

 

En la historia de la medicina han existido buenos médicos y auténticos carniceros. Hubo hombres como Galeno que aprendió el arte de la cirugía recomponiendo y remendando a los gladiadores, como aquellos médicos de M.A.S.H en la Guerra de Corea, que habían salido de Estados Unidos como inexpertos practicantes y regresaron convertidos en eminentes cirujanos. También, en aquellas épocas oscuras e ignaras, hubo quien se aprovechó del escaso conocimiento de sus pacientes para vulnerar todos los protocolos del código deontológico de la medicina.

 

Se ha operado en vivo, amputado sin ningún tipo de anestesia, a lo sumo un buen trago de coñac o whisky; se ha trepanado la cabeza para buscar las causas de las locuras humanas, o los diablos que no podían extraer los clérigos con sus exorcismos; se ha obligado a los pacientes a ingerir pócimas que perforaban las entrañas y cuyos componente emponzoñaban más que curaban; se han practicado sangrías a través de flebotomías o repelentes sanguijuelas, un procedimiento que no servía para nada pero que se realizó hasta bien entrado el siglo XIX.

 

Toda una historia del pasado en la que los seres humanos han servido de cobayas para que la medicina pudiera ensayar y experimentar con el fin de adquirir nuevos conocimientos del cuerpo humano. Desde los tiempos del Antiguo Testamento hasta casi el siglo XIX, fueron épocas oscuras y llenas de supersticiones dentro del mundo de la enfermedad y la curación. Épocas  de sufrimiento y temor, tiempos en los que la vida era corta y cualquier accidente significaba una mutilación y una incapacidad en el disfrute de esa vida. Las ciudades estaban llenas de tullidos, cojos, ciegos y mancos que mendigaban para poder tener un sustento que les era denegado por sus incapacidades fisiológicas.

 

Hubo un tiempo en que la medicina sólo se ocupaba de las enfermedades externas, aquellas que se reflejaban en la piel, o las heridas causadas por accidentes o combates. Las fracturas se curaban con entablillados y vendajes, las llagas se trataban con ungüentos y compresas, y a los tumores que se les aplicaba emplasto de higo.

 

Uno de los casos en los que la medicina y la Iglesia son protagonistas fue en la intervención del pendenciero vasco, Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús en 1534. Ignacio de Loyola, en una de sus habituales contiendas contra maridos ultrajados, se cayó del caballo y se rompió la pierna. Los médicos de la época le intervinieron recomponiendo la fractura. Cuando Ignacio se recuperó observó con horror que una pierna le había quedado más corta que la otra, tras una trifulca con los médicos les obligó a que se la fracturasen otra vez y arreglasen aquella cojera que no era digna de un caballero como él. El período post-operatorio de esta segunda intervención fue doloroso y turbador para Ignacio. Las infecciones fueron causa de terribles estados febriles en los que Ignacio vio y hablo con “Dios”. El que luego sería santo tuvo delirios, visiones que, junto a los libros religiosos que leía, lo convirtieron. Cuando tras meses de ofuscaciones se recuperó, se lanzó a la tarea de crear la Compañía de Jesús, olvidando su faceta de camorrista. He aquí como los malos cirujanos hicieron un santo.

 

Fueron tiempos en los que la Iglesia aprovechó la enfermedad para vender su fe y sus creencias entre los desesperados por el padecimiento y el posible próximo final de sus vidas. La fe se utilizaba como medio curativo y los remedios se materializan en la oración, el ayuno, los votos, las donaciones, los sacrificios, pero también los amuletos y otros medios de superstición, solo cuando todo parecía fracasar se recurría a los médicos.

 

Los medios naturales de curación eran el vino, el aceite, los bálsamos, los empastes de higo y la hiel de pez. Pero si la enfermedad estaba causada por una posesión diabólica, ningún medicamento se convertía en efectivo y no tocaba otro remedio que recurrir a las herramientas de la trepanación. Así que si a uno le dolía la cabeza, lo mejor era callarse y no decir nada al  médico.

 

Los egipcios, mil años antes de J.C., utilizaban la corteza del sauce  blanco para curar heridas, y Galeno con las hojas de sauce hacia una bebida calmante de los dolores, unos y otro estaban utilizando el acetilsalicílico que en el futuro sintetizado se llamaría “aspirina”. Un calmante que el Homo neandertal ya conocía y utilizo según los últimos descubrimientos paleoantropológicos.

 

Los hongos como el Penicillium tuvieron como resultado final la creación de los antibióticos. Los hongos ya eran conocidos en Grecia en el siglo II y con más antigüedad los utilizaban los nativos de Norteamérica, Rusia, Asía y China. Muchos seres primitivos debieron de fallecer por la ingestión de setas venenosas, vidas que se perdieron a cambio de la enseñanza de lo que H.G. Wells llamo el “alimento de los dioses”; y Robert Graves enteógenos, y finalmente, MacKenna, al explicar que el consumo de enteógenos en el hombre primitivo desarrollo sus dendritas, se atrevió a anunciar que “descendíamos de monos colocados”.

 

Destacar que sobre el mundo de las setas y hongos sólo se conoce el 17%. Existen terriblemente venenosas como la Amanita faloide; alucinógenas como la Amanita muscaria; el penicillium nonatum base del primer antibiótico, y la Ling-Zhi o Reishi de China de la que se destaca que mejora la arritmia, que es antiinflamatoria, desintoxicante y que un gramo diario refuerza el sistema inmunitario.

 

Antiguamente los ciudadanos temían a las epidemias, hoy seguimos temiéndolas, además de la bomba atómica, la guerra y el terrorismo bacteriológico. Mucha gente piensa, referente a la bomba atómica, “no se atreverán a usarla”. Si este razonamiento fuese verdadero, me pregunto: ¿Entonces por qué las fabrican y las almacenan? ¿Por qué todos los países quieren tenerla? ¿Creen ustedes que Israel o Pakistán o Corea del Norte si se vieran invadidos no la utilizarían? En el caso de Israel se rumorea que tiene sus bombas atómicas enterradas bajo tierra, y que si fuera invadido las haría detonar, sacrificando a su pueblo antes de convertirse en prisioneros.

 

La enfermedad ha estado presente a lo largo de toda la historia de la humanidad, del siglo IX al XVII ha atestado las ciudades de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos. Destacaba Susan Sontag en “La enfermedad y sus metáforas”, que: “La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar”. La enfermedad tampoco sabe distinguir entre un inculto ciudadano y un genio, de ahí tenemos que fueron tuberculosos Spinoza, Chopin y Shelley; mancos Cervantes y Valle-Inclán; alcohólicos, Poe, Verlaine, Nietzche y Gogol; epilépticos, Dostoievsky; sordos, Goya y Beethoven; jorobados, Leopardi; tenían alucinaciones, Van der Goes, Ramón Llull, santa Teresa, san Pedro; ciegos como Homero, Miltón, Jorge Luis Borges, Sabato; tartamudos como Claudio; enanos como Toulouse-Lautrec; y víctimas de ELA como el fallecido Stephen Hawking.

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