La renuncia del Papa Benedicto XVI ha desatado la guerra del poder en el Vaticano. Desde Celestino V, en 1296, ningún Papa había renunciado. Ratzinger dimite, oficialmente, por un problema de salud. Pero nada impide sospechar que no existan otros motivos ocultos.
Ratzinger ha tenido un papado lleno de escándalos: blanqueo de dinero del IOR que provocó el despido de su presidente Ettore Gotti del Opus Dei; el caso Vatileaks en el que su mayordomo Paolo Gabriele reveló la existencia de un complot contra el Papa, y cuyos documentos podrían revelar aun otros hechos, pero Paolo Gabriele permanece sospechosamente incomunicado desde su sentencia. También pesan los numerosos casos de pederastia en el mundo. Y las sospechosas declaraciones, aun sin aclarar, del arzobispo de Palermo, Paolo Romeo que anunció la muerte del Papa en pocos meses.
La sucesión de Benedicto XVI desata una guerra interna que persiste hace años. Su sucesión no será dirigida sólo por el camarlengo, Tarcisio Bertone, como manda las normas de la Iglesia, también intervendrá Ratzinger, ya que al estar vivo participará en el Conclave de su sucesión, y con toda seguridad apoyará al cardenal arzobispo de Milán Angelo Scola. Destacar que Bertone es la mano derecha del Papa y enemigo del arzobispo Carlo María Vigamò nuncio de EEUU que denunció una conspiración contra el Papa.
La lucha se ha desatado, especialmente entre jesuitas, numerarios del Opus Dei, y neocatecumenales de Kiko Argüello. Todos van a luchar para colocar sus papables en primera línea.
Por ahora, con cifras provisionales, habrán 122 purpurados electos: 30 italianos, 11 de EEUU y 6 alemanes.
Mientras Raymond Burka, del Tribunal Supremo de la Santa Sede persistirá en su lucha contra los neocatecumenales; los cardenales Ruina, Scola, Bagnasco seguirán su enfrentamiento contra Tarcisio Bertone.
El Papa se enfrenta a una sucesión más controvertida que la desaparición del asno y los bueyes en el Pesebre de Belén.