El Poder
Los acontecimientos de estos días me han llevado a reflexionar sobre el Poder. He dejado un poco al margen la mecánica cuántica, la neurociencia y otras informaciones científicas, para preocuparme, madurar y deliberar sobre el momento histórico en que vivimos en Catalunya.
Y empiezo por reafirmar que siempre sucede cualquier cosa menos la que está prevista, nada termina como se había programado. Puedes tener planes B, C y D, pero siempre surge un imprevisto. Puedes realizar un programa con algoritmos y faltar algo remotamente improbable.
En la crisis que vivimos en Catalunya nadie pensó que el Gobierno de España llegaría tan lejos. Me refiero a la violencia policial, a las presiones financieras y empresariales, y al encarcelamiento por ideologías opuestas. Solo la Inquisición se atrevió a tanto y más.
Ya sabemos que los políticos nos prometen el cielo y que luego no nos dan ni siquiera la Tierra. Siempre terminamos nuestras utopías conformándonos con el nuevo detergente y los electrodomésticos. Pero esta vez han utilizado los argumentos de la violencia, la coacción y el miedo.
La violencia es una de las fórmulas de tener al ciudadano asustado, y para ciertos estamentos no hay mejor ciudadano que aquel que tiene miedo, porque el miedo, como bien explico el psicólogo veneciano Assigoli, paraliza, impide pensar, nos convierte en estatuas de sal.
El Poder quiere tenernos quietos y desalentados, y para ello, crea miedos y odios incesantes, climas apocalípticos, terror. Una tensión que nos impida tener una visión clara del mundo que nos rodea.
El poder se niega a dialogar con aquellos que propugnan cambios en el sistema, en las relaciones de poder. El Poder se niega a aceptar la existencia de problemas, aun sabiendo, que es el primer paso para evitar catástrofes prematuras. Consecuencia, el poder duplica el problema existente.
En realidad cuando los que ostentan el poder toman una decisión equivocada, les cuesta muchos reconocer su error y cambiar de opinión, lo que les fuerzas a insistir con más fuerza en el mismo camino.
El Poder sabe que la gente asustada es infeliz, que está confundida e indefensa, que vive momentos críticos. E inculca la idea de impotencia, de sentirse que no eres nada y que no puedes hacer nada. Y todo esto lleva al desencanto y la desacralización de lo político.
Parte de la responsabilidad de esta situación a la que hemos llegado hoy, la tienen los medios de comunicación manipulados y “financiados” por el Poder. Los medios de comunicación son, si se lo proponen, subliminales. Consiguen que las ideas de unos pocos se infiltren en la mente de todos. Prensa, radios y televisión se han dirigido al hombre de la calle para “ordenarle” que no salga a ella, y programan sus espacios, especialmente algunas televisiones, para alejarnos del problema que nos afecta, para atarnos en casa… para hábilmente producirnos temor. Incluso restringiendo el flujo de información, cortando nuestro contacto con la realidad de la calle: es lo que podríamos llamar “soberanía informativa”.
Otra forma del Poder y sus retorcidas mentes, lo hemos palpado estos días con el bulo, la desinformación a través de Internet, a través del boca a boca, a través de los panfletos periodísticos, a través de ciertos tertulianos de televisión, de las radios fantasmas. Ante esto solo nos queda cuestionar toda la información, venga de donde venga. Porque, especialmente en los momentos de crisis, tenemos una avalancha de información y, la mayor parte de la gente, no sabe distinguir entre lo bueno y lo malo, entre lo certero y falso.
El Poder (Estado), no tiene ninguna justicia, ya que antes de perder su estatus, admite todas las injusticias. El Poder no quiere cambios, quiere tenerlo todo controlado, ya que así defienden sus propios intereses y los de sus lacayos. Con la ley no persigue la igualdad de todos, sino el mayor beneficio económico de algunos.
Quieren que nos acostumbremos a lo que hay, a vivir con el temor de que hacer cambios es peor. Y que nuestra libertad este, sobre todo privada de poder. El Poder cultiva ciudadanos ignorantes, sumisos, ofreciéndoles una falsa felicidad. Hecho que me recuerda a Robert Burton en “Anatomía de la melancolía” cuando explica: “Ser estúpido, egoísta y estar bien de salud, he aquí las tres condiciones que se requieren para ser feliz. Pero si os falta la primera, estáis perdidos”.
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