Grünenthal, el laboratorio que desarrolló la chapuza de la talidomida, ha pedido perdón por los efectos de las malformaciones provocadas por su pócima, potingue o brebaje que les hizo ganar millones de dólares. Ha pedido perdón como el que te pisa el pie en el autobús al intentar apearse precipitadamente. Perdón y lo siento. Grünenthal ha tardado en pedir perdón cincuenta años, es decir, medio siglo. Es como si yo viajara en un viejo tranvía hace cincuenta años, me pisaran y cincuenta años después me viniese un viajero en un autobús moderno y me pidiese perdón porque me pisó en 1962. Sépase que cincuenta años es la probabilidad de vida media que tenía, en 1962, un habitante del Tercer Mundo.
Pedir perdón es reconocer la culpa, cosa que no ha realizado la Inquisición respeto a todos los que envió a la hoguera, principalmente por no comulgar con sus creencias. Aún nos tienen que pedir perdón por los sucesos de Chernobil, cuyas consecuencias aun están por ver; las empresas nucleares japonesas pidieron perdón por su mala gestión en los acontecimientos de Fukusima, pero aún quedan por ver las secuelas de las aguas contaminadas y sus posibles efectos en la fauna marina; no nos han pedido perdón las financieras, bancos y multinacionales que desataron la crisis mundial, es más exigen que les ayudemos con nuestro dinero, amenazándonos de no poder devolver su dinero a los ancianos ahorradores, vilmente engañados.
He visto a muy pocos políticos pedir perdón por sus errores legislativos, nunca es culpa de ellos, siempre es culpa de la oposición o de otros. Reconocer la equivocación es un alarde que ronda la genialidad. Los políticos, una vez toman una decisión equivocada, les cuesta reconocer el error, lo que les fuerza a insistir con más vigor en el mismo camino. Si no véanse dos ejemplos entre nuestros políticos. Ni Zapatero, ni Aznar nos han pedido perdón por su nefastas políticas, o como mínimo por las mentiras que nos colocaron, el primero negando una crisis que era evidente y segundo asegurándonos que se descubrirían en Irak las armas de destrucción masiva que le impulsaban a participar en una guerra a la que se había comprometido con el tontorrón de Bush junior. Una intervención que nos costó el 11-M, un acontecimiento del que Aznar, no se si por cabezonería o entendederas cortas, sigue negando que fuese cosa de los radicales islamistas. Pretenden colocarnos un engaño, y no saben que lo difícil no es mentir, sino mantener la mentira.
Pero seamos sinceros, no queremos que nos tengan que pedir perdón, queremos que nos aseguren que todos estos acontecimientos no se volverán a producir. Se que no podemos asegurar nada al cien por cien, pero podemos tomar precauciones. Podemos evitar que los laboratorios experimenten con nosotros sus medicamentos nuevos como si fuésemos conejos de indias. Podemos evitar que se hagan pruebas de peligrosa resistencia con las centrales nucleares y que en caso de escape se avise a toda la población del los lugares por dónde transcurre la nube radioactiva. Queremos que no se construyan centrales nucleares sobre placas tectónicas, como el Japón, y que se consideren los riesgos de tsunamis y movimientos sísmicos.
No queremos que nadie nos tenga que pedir perdón. Queremos seguridad y profesionalidad, algo que en estos momentos está relegado por la rentabilidad y beneficios. ¿De qué nos sirven los beneficios económicos si más tarde los tenemos que reinvertir en reparar lo que hemos destrozado? ¿Dónde está el beneficio? Muy sencillo está en las multinacionales que se escaquearan de abonar sus responsabilidades. Eso sí, nos piden perdón cincuenta años después.
Los ciudadanos medios sólo tenemos como recurso la inteligencia, y su función principal es que salgamos bien parados de las situaciones en que nos meten los que carecen de inteligencia. Por esta razón debemos elegir relacionarnos con aquellas personas que nos aporten conocimiento y, evitar las relaciones con los mediocres que nos deprimen y nos idiotizan. La inteligencia y el conocimiento son nuestros grandes recursos ante los que esgrimen el poder y la fuerza.
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