Escribir libros de divulgación científica no es una labor sencilla, requiere muchos conocimientos y cierta creatividad. Ante todo hay que considerar que el libro va dirigido a un público que, por general es culto, pero a veces no en la especialidad que se está divulgando. El lector puede saber mucho de música, historia, filosofía, literatura, etc., incluso estar doctorado en una de estas materias. Sin embargo, sus conocimientos sobre el tema que se presenta – neurociencia, astronomía, mecánica cuántica, etc., -, ser menos especializados.
Estos argumentos generales llevan a la necesidad de presentar los libros de divulgación científica bajo un formato de contenido que pueda ser comprendido por todos.
Este requisito obliga a “bajar el listón”, expresión que no quiere decir que hay que infantilizar el contenido, sino mantener su contenido haciéndolo comprensible.
Para ello será necesario rebajar el vocabulario técnico, usando otros términos más comprensibles que no tergiversen lo citado. En cualquier caso se puede recurrir a explicar, con una llamada o paréntesis, las palabras técnicas y nombres que creamos que entrañan dificultad.
Cuando la complejidad alcanza a toda un contexto, lo mejor es poner un ejemplo o utilizar otra forma de explicarlo. Si utilizamos estos métodos debemos procurar que los ejemplos sean amenos y, si es posible, ocurrentes. Esta es una forma de hacer comprender, de una manera más grata los aspectos duros de la ciencia. A veces es comportarse como el profesor de física o química que imparte la asignatura convirtiendo los experimentos en juegos. En ocasiones es conveniente, al escribir, detenerse y reflexionar sobre que interrogantes puede plantearse el lector. Describir estos interrogantes ayuda a entender los contenidos.