He argumentado en varias ocasiones lo que arengaba Louis Pawels en mayo del 68 en las escalinatas del Odeón de París: «Si queremos cambiar las estructuras sociales, primero hay que cambiar las estructuras mentales».
Las estructuras mentales se cambiarán a través de los años, y a través de los nuevos paradigmas sociales causados por las innovaciones científicas y tecnológicas. Pensemos como Internet, los móviles o las nuevas tecnología médicas han cambiado nuestra vida en poco tiempo. Lo que queda por venir, aún será más transformador.
Tenemos que ir pensando en nuevos sistemas de gobierno: Noocracias, Transhumanismo, Consejo de Sabios, Democracias directas, etc. Sistemas de los que ya he hablado en otros blogs. Sistemas que aún tardarán a no ser que se produzca algún suceso global que los impulse.
Mientras tenemos los gobiernos existentes en los que existe alguna gente consciente de que hay que cambiar el sistema, y que, para realizarlo sin violencia, debemos cambiar las estructuras mentales de los jóvenes y los adultos. Tenemos por tanto dos frentes, jóvenes y adultos. Empezaremos por los jóvenes.
Nuestros centros de enseñanza tienen que cambiar el chip, no se trata de educar para ofrecer mano de obra al mercado laboral, sino también educar para formar a pensadores. Hay que educar en las nuevas tecnologías, pero también en nuevos valores que sustituyan, poco a poco, a los obsoletos conceptos que los caracterizan hoy.
Precisamos asignaturas que contengan valores humanistas y un regreso a la filosofía; una valoración de la historia que advierta de sus tergiversaciones y falsedades, los errores cometidos y la manipulación de sus versiones; una historia de todas las religiones y creencias y su implicación en la historia.
Especialmente se debe despertar en los alumnos el interés por la ciencia, la cultura, el arte. Se debe permitir que los alumnos planteen preguntas inquietantes sobre nuestro origen, el misterio de la vida y la muerte, lo que somos y el significado de todo lo que nos rodea. Permitir un pensamiento singular con la posibilidad de reflexionar sobre conceptos reales como las nuevas familias, o trasnochados valores como la patria.
Si queremos despertar inquietudes y despertar el interés del papel que representamos en el Universo, debemos acudir a una educación interactiva, donde las ideas del alumnado les preparen para el futuro.
Indudablemente los gobernantes tiene que tener valor para llevar a adelante este cambio educativo, especialmente porque se enfrentan al sistema conservador, a las religiones, a los viejos valores tradicionales. Pero hay que pensar que tarde o temprano todo estos viejos valores y creencias míticas desaparecerán.
No conseguiremos nada en las escuelas sino cambiamos lo que ha extramuros. Tenemos que, al mismo tiempo que educamos a nuestros jóvenes, reeducar a los adultos. Hoy, una mayoría, están atrapados por el sistema que los hipotecó con sus créditos y los convirtió en simples trabajadores de los diferentes servicios e industrias del sistema. Apenas piensan, apenas conocen la realidad de la vida y el universo, apenas tienen inquietudes y solo les alimentan el espíritu de competiciones deportivas, modas, ambiciones y consumismo. De vez en cuando les lanzan una descarga de miedo para calmar sus posibles ansias de pensar.
Los nuevos mandatarios deben neutralizar esa apatía generalizada reeducándolos a través de los medios de difusión, subvencionando espacios de radio y televisión educativos y formativos. Prensa y facsímiles que traten de una educación sanitaria y alimenticia, de los progresos tecnológicos, de los adelantos científicos, cursos, actividades culturales de teatro, cine amateur, artes.
Hay que rescatar a los ciudadanos de sus condicionamientos robóticos, hay que realizarlo antes de que se conviertan en zombis manejados por la publicidad y el consumo. No hemos nacido en este mundo solo para producir, nuestros cerebros exigen respuestas a los misterios de la vida, aunque no nos percatemos, aunque el sistema aplaste esas exigencias. Los noticiarios informativos son una triste realidad de sucesos, guerras, contiendas políticas, ecos sociales y, entre medio de estos acontecimientos mal explicados y sin posibilidad de reflexión, la tendenciosa publicidad. ¿Dónde están estos hechos que pueden despertar nuestro interés por la existencia?
No se conseguirá cambiar el sistema, liberar a la gente de la pobreza social e ignorancia, sino se les imparte conocimiento. El cambio no lo conseguiremos del día a la mañana, salvo unas circunstancias globales determinadas que obligue a precipitarlo de forma radical. El cambio «dulce» precisa una generación.
Lo evidente es que el sistema hoy no funciona excepto para los lobbys, multinacionales, bancos y bolsa, y para los corruptos del sistema político que actúan de intermediarios de los poderosos. No gobiernan los políticos, ni los partidos, manda el poder económico que dicta las resoluciones de los Parlamentos fingiendo respetara las débiles democracias.