En busca de la inmortalidad perdida
“Los seres humanos que van a disfrutar el pasaporte de la inmortalidad ya han nacido, son bebés y su futuro no tiene límites”. Así empezó una de sus conferencias Kurzweil.
Voy a desvelar a los verdaderos amos del mundo, no los Rockefeller, March, Rothschild, Windsor u otros, tampoco incluiré al Club Bingbergen, la Trilateral o el G5, o el Vaticano y las monarquía eurpeas; sino a una generación nueva de millonarios, jóvenes, que con un pensamiento singular ven el mundo y la vida de otra forma que el resto de los mortales. Son ateos y creen en la inmortalidad, por esta razón invierten en las investigaciones más fantásticas que existen en el campo de la longevidad humana.
El sistema tiene como objetivo tenernos inmóviles y completamente desalentados, haciéndonos creer que la vida son esos escasos años que vivimos. Y para ello crea miedos incesantes, climas apocalípticos con posibles catástrofes, epidemias y terrorismos, y, sobre todo, nos oculta que podemos ser inmortales.
El sistema y las religiones se alimentan de la muerte para vivir. Como dice Saramago: “El problema de la Iglesia es que necesita la muerte para vivir. Sin muerte no podría haber Iglesia porque no habría resurrección. Las religiones cristianas se alimentan de la muerte”. Sin la muerte el sistema no funciona. Y nos ocultan la posibilidad de que podemos ser seres inmortales. Un hecho que significa un nuevo paradigma que nadie ha podido prever, que puede ser frustrante para los que ya tenía una visión clara de cómo es este mundo; y que puede ser esperanzador para los que están sedientos de más tiempo para adquirir infinitos conocimientos.
Si hay algo que caracteriza el primer cuarto de siglo en el que vivimos, es la búsqueda de vida inteligente fuera de la Tierra, y la investigación en busca de una fórmula para detener el envejecimiento y alcanzar la inmortalidad. Dos objetivos colmados de inquietantes preguntas y respuestas preocupantes, dos acontecimientos que, sin ninguna duda, van a transformar la sociedad. Dos sucesos que nos obligaran a replantearnos todo sobre quiénes somos, que significa nuestra presencia en este universos, qué es la vida y que representa todo este Cosmos que nos rodea.
Hoy existen miles de laboratorios realizando ensayos con ratones, peces cebra, gusanos y monos, cuyo objetivo no es la búsqueda remedios pasajeros o medicamentos transitorios, están investigando caminos para alcanzar la inmortalidad. Algunos con experimentos espectaculares, otros con silenciosos y sospechosos resultados.
En ambos casos los experimentos y las investigaciones de estos laboratorios tienen como objetivo detener el envejecimiento por diferentes caminos, con distintas técnicas, con experimentos diversos, con procedimientos legales o ilegales. Hablemos claro, existen infinidad de hojas de ruta, pero todas tienen el mismo objetivo final: la inmortalidad.
La inmortalidad es un fin que ha sido perseguido desde lo más antiguo de la humanidad, una creencia que hace más de 80.000 años llevo a los Homo neandertales a enterrar con simbólicos rituales a sus congéneres por qué creyeron en una inmortalidad que estaba más allá. ¿Qué les llevó a creer que había un más allá? Sencillamente su mundo onírico en el que se veían sorprendidos en sus sueños por la presencia de seres fallecidos, un hecho que les despertaba con el convencimiento que habían recibido la visita nocturna de los ya desaparecidos.
En los textos más antiguos del mundo, los Upanisad de la India, ya encontramos referencias a la inmortalidad, concretamente en Kata-Upanisad podemos leer: “Cuando se cortan todos los nudos que aquí atenazan el corazón, entonces el mortal se hace inmortal”. En el Bhagavad Gita se anuncia: “Te revelaré lo que se ha de conocer, aquello por cuyo conocimiento se alcanza la inmortalidad”, y en Kena-Upanisad se nos revela: “…por el conocimiento se encuentra la inmortalidad”.
¿Hemos alcanzado ya un grado de conocimiento que nos permite alcanzar la inmortalidad? La realidad es que estamos muy cerca, como mucho a 27 años según Ray Kurzweil, uno de los CEO de CALICO donde se han invertido grandes recursos, más de 1.500 millones de dólares, para que los equipos de investigación de esta Compañía puedan alcanzar la inmortalidad en 2045. Kurzweil destaca: “El niño que vivirá mil años, ya ha nacido”.
Solo cuando se han invertido millones de dólares o euros en una investigación, se ha conseguido resultados positivos. Nunca en la historia de la humanidad, un grupo de hombres jóvenes y emprendedores de Silicon Vally, había invertido tanto dinero en vencer a la muerte. Ni los recursos estatales en investigación superan las grandes fortunas que estos empresarios están gastando para alcanzar la inmortalidad. Ajenos a sus grandes y productivas empresas de Internet, vuelcan sus beneficios en las más increíbles investigaciones para poder ser inmortales; y también, en la conquista espacial, alentados por voces como la del fallecido Stephen Hawking, que advertía que si nuestra especie quiere sobrevivir debe conquistar el espacio. Y estos jóvenes ejecutivos multimillonarios añaden: Si queremos conquistar el espacio tenemos que ser inmortales.
Existe un entorno en el que se nos está escondiendo lo esencial. Muchos laboratorios que investigan en la búsqueda de regeneración de órganos, en fármacos milagrosos para vivir más tiempo, en terapias génicas, en fórmulas para rejuvenecer, etc., son bunkers herméticamente cerrados como los laboratorios de BioAzar de los que nada puede salir, incluido el aire que se respira. Otros laboratorios, tras sus aparentes e inocentes investigaciones, ocultan fines más sospechosos, como es el caso de DARPA. Y en algunos se realizan ensayos y experiencias que vulneran las leyes internacionales.
No faltan voluntarios, algunos multimillonarios, como el ruso Dmitry Itskov, dispuesto a ser el primero en transferir su cerebro a un avatar inmortal. O el ruso Anatoli Brouchkov que en 2015 se inoculo una bacteria de 3,5 millones de antigüedad que según él, era inmortal. O la CEO propietaria de BioViva, Elizabeth Parrihs, que vulnerando todas las leyes internacionales se realizó una terapia génica de alargamiento de telómeros que, según aseguran, la ha rejuvenecido 20 años. Por alcanzar la inmortalidad la gente está dispuesta a arriesgarlo todo, a probarlo todo. Incluso sus santidades Pio XII y Juan XXIII, ingerían el primero Gerovita H3 de la gerontóloga Anna Asland, y el segundo papaya traída de Sudamérica.
Este afán por vivir muchos años choca con nuestra ceguera cotidiana que nos lleva a respirar, ingerir y cohabitar con lentos venenos que acaban con nosotros. ¡A ver si ya seremos inmortales pero morimos porque nos estamos o nos están envenenando!
Por lo menos tenemos que admitir que estamos rodeados de productos venenosos, aparentemente benignos, pero que bajo caprichosas reacciones (temperatura, presión, etc.) desprenden gases que respiramos o adsorbemos a través de la piel. Ni nuestros alimentos están libres de microbios, ni el aire es sano en las montañas o en la orilla del mar; el primero contiene oxigeno que nos oxida, el segundo cloro que afecta a nuestro organismo. Los optimistas destacan que son dosis insignificantes, pero olvidan que son acumulativas.
Estamos rodeados de venenos que afectan a nuestras vidas y, además nos alimentamos mal, bebemos alcohol, fumamos, ingerimos cosas demasiado calientes o demasiado frías, no tomamos precauciones ante ácaros, mosquitos y otros portadores de enfermedades.
Es cierto que también se están consiguiendo grandes progresos en la curación del cáncer, el Alzhéimer, el Parkinson y muchas otras enfermedades. Sin embargo, mientras erradicamos algunas enfermedades, el cambio climático, el rápido intercambio de poblaciones con los desplazamientos de Sur a Norte y de Este a Oeste, nos traen nuevos virus y bacterias que eran desconocidas e insólitas en Occidente. No son solo los seres humanos los portadores de estos contagios, el cambio climático está propiciando el desplazamiento de especies y con ellas nuevos ácaros e insectos causantes de nuevas epidemias
Es precisamente en el último cuarto del siglo XX y en el primer casi cuarto del siglo XXI, cuando empezamos a descubrir animales cuya vida es extremadamente longeva, y no se trata de tortugas o loros capaces de superar los 100 años; me refiero a tiburones de ártico que alcanzan los 390 años de vida. La investigación de sus genes se ha convertido en una hoja de ruta para la inmortalidad.
Los laboratorios actuales ensayan con ratones y aplican experimentos basados, principalmente en la bioingeniería genética. Gracias al CRISR podemos ensayar y crear seres a la carta. Y nuevos adelantos en la regeneración de órganos van a dejar obsoleta la idea de los seres Cyborg. Del mismo modo que los robots metálicos serán sustituidos por “replicantes” al puro estilo Blade Runner.
Es, precisamente el avance de órganos en bioimpresión en 3D, lo que provocara que los cyborgs cargados de metalistería electrónica se van a convertir en los próximos años en máquinas obsoletas, ridículos portadores de metálicos brazos biónicos, personajes que desencajarán en el nuevo entorno como el robot del embudo en la cabeza del cuento El mago de oz.
Insisto se nos está ocultando una parte de la realidad, intuimos primero y luego experimentamos como nos arrinconan para que no consigamos conocer el verdadero significado de nuestras vidas en este mundo. Nos sumergen en un circo de oropel y fantasía con falsos espectáculos en sus pistas, eventos que nos distraen para ganar tiempo y limpiar el escenario de aquellas pruebas sospechosas. Como el mago Houdini hacen desaparecer lo verdaderamente esencial, provocando que destile por los más profundos laberintos del cerebro y lo olvidemos. Mientras seguimos viviendo con esa sensación profunda que algo no es real, y que nos están ocultando lo esencial.
Lamentablemente para muchos seres lo esencial no es cómo ha conseguido hacer aquel salto el trapecista del circo que estamos viendo, sino con quién se acuesta por las noches el trapecista.
Nos han alineado, condicionado y formado para que nuestra mente sea lineal y no colmada de singularidad. Nos han acostumbrado a formar parte del engranaje, a convertir el trabajo en el único sentido de nuestras vidas, a creer, como decía el fallecido humorista Rubianes, que “el trabajo dignifica”. No importa si nuestra empresa contamina o si lo que compramos está producido con ética o a costa de la explotación de otros seres humanos. Nos sumergen bajo las aguas de ideologías conformistas que nos impiden ver la superficie de los mares. La gran realidad es que al sistema le horroriza que pensemos por nosotros mismos de forma independiente y sin prejuicios. Molesta e inquieta que indaguemos, que tratemos de descubrir que se investiga en aquel inocente edificio o nos interroguemos sobre la identidad y el origen de esas luces nocturnas o esos extraños objetos diurnos que, hasta los astronautas mencionan en sus crónicas. El sistema teme a los coroneles pensadores como Kurtz en Apocalipsis Now, razón por la que hay que neutralizarlos. Por otra parte tenemos una avalancha de información y esto origina que la gente no distinga entre lo bueno y lo malo, entre lo certero y falso.
Pese a la complejidad de algunos temas siempre trato de explicar todos estos avances de una forma accesible a todos los lectores, a este respecto explica David Garfinkle en su libro: Three steps to the Universe que, “… la ciencia ha adquirido tal grado de sofisticación que es difícil para el lego no solo estar al tanto de los avances de la ciencia, sino comprender los cimientos del método que asegura ese saber. La divulgación de calidad es clave en esta tesitura”.
Están apareciendo descubrimientos que, sin que apenas lo percibamos, están cambiando nuestras vidas, un hecho que requiere en ocasiones plantearse escenarios hipotéticos de lo que se avecina. Sin embargo, lo complicado hoy es realizar esos escenarios hipotéticos del futuro. Es complexo porque a partir que salgamos de un punto dado se abren ante nosotros un haz de miles de alternativas que requieren largos y complejos procesos algorítmicos. Cualquier descubrimiento nuevo en cualquier campo abre una nueva vía hacia nuevos escenarios. Estos escenarios son susceptibles de infinidad de alternativas. Al margen de eso hay que considerar los imprevisibles, por ejemplo nadie previo que Internet fuera lo que hoy es, salvo una serie de informáticos que lo aplicaron y crearon lo que hoy se llama la “nube”. Tampoco nadie creyó que Donald Trump alcanzaría la presidencia de Estados Unidos, fue casi imprevisible. Como destaca Karl Popper: “Nadie puede prever lo que sucederá en la Historia, porque la Historia no tiene leyes ineluctables”.
Pronto llevaremos chips obligatorios en nuestro cuerpo. Chips con nuestra identificación, con nuestro currículo vitae, con nuestro historial médico, con nuestras constantes fisiológicas, con nuestros antecedentes; incluso chips que estarán actuando en nuestros cuerpo para producir insulina, para activar las neuronas del cerebro, para complementar la dopamina que no producimos, para controlar y evitar posibles enfermedades. Es evidente que en el campo de la medicina es más económico colocar chips preventivos que atender en los hospitales a enfermos, aunque el personal sea robótico. A este respecto cabe señalar que ya hay mucha gente que prefiere que le intervenga quirúrgicamente un robot, en vez de un cirujano. ¿Por qué? El robot ofrece una serie de ventajas: será más rápido, lo que significa menos tiempo cloroformado; la incisión será más precisa y menor; no le temblará el pulso, no se cansará; no cometerá errores, etc.
Pero recordemos que los chips pueden manipular nuestro comportamiento, pueden hacer que seamos más agresivos con nuestro voto en las elecciones simplemente bombeando más dopamina; o que votemos atraídos por una candidata guapa produciéndonos una descarga de oxitocina.
También adrenalina para reducir el miedo en la aparición de la IA en los robots, y que acaben siendo ellos los que dominen el mundo. Los escenarios del futuro dependen de los descubrimientos científicos, nuestra estabilidad mundial, el descubrimiento de vida inteligente fuera de la Tierra, los desastres geológicos y los peligros procedentes del espacio.
Tenemos que buscar la verdad que nos ocultan y las consecuencias de esos engaños, aunque ese ejercicio nos represente terminar con más cicatrices que el capitán Acab de Moby Dick; aunque tengamos que rebelarnos como los marineros de la Bounty, cansados de repartir el agua con las plantas; o acabar como el doctor Moreau, del relato de Wells, retirándonos a una isla desierta del Pacífico a 5º de latitud Sur y 105 de longitud Oeste, es decir, desconocida e ilocalizable.
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