¿Qué es la vida? ¿Qué significado tiene nuestra corta presencia en este universo? ¿Cuál es la realidad de nuestra existencia? ¿Es real todo lo que nos rodea? ¿Son verdaderas todas las teorías sobre nuestra vida, su origen, las leyes físicas, o sólo son meras especulaciones para constituir un soporte en nuestro mundo?
Creemos que Big Bang es el comienzo de nuestro universo, pero no estamos seguros que esta teoría sea definitiva. A partir del Big Bang podemos describir el desarrollo del universo en que vivimos. Podemos detallar como se unieron las partículas para crear estrellas, galaxias y planetas, incluso como fue esa expansión de materia y energía. Pero cuando nos preguntamos que había antes del Big Bang comienzas nuestras inquietantes especulaciones.
¿Cómo en un lugar que no había nada, pudo aparecer un punto de singularidad no más grande que un garbanzo y explotar creando todo lo que hoy nos rodea? Ni siquiera podemos describir el lugar donde apareció ese punto de singularidad: en la nada.
No sabemos explicar que es la nada, como no sabemos exponer que es el infinito, o desconocemos que había antes de la nada, antes del Big Bang. Y nuestra mente se en crispa en un torbellino de especulaciones cuando afirmamos que ni siquiera existía el tiempo.
Hemos desarrollado una teoría del Big Bang como única salida a nuestra existencia, una teoría más filosófica que cosmológica. Una teoría que nos sirve como punto de partida para describir con supuestas leyes y cálculos una respuesta estable para nuestros jóvenes alumnos. Pero en el fondo, nadie puede afirmar que esa sea la verdad.
Con las leyes físicas, con las hipótesis cosmológicas y las teorías cuánticas damos presuntas respuestas a nuestra existencia. Algunos las refuerzan con las creencias en las religiones, pero solo son creencias en mitos, leyendas e historias indemostrables.
Todo nuestro mundo es un relato quimérico y legendario cuando se basa en una de las muchas religiones existentes. Incluso la historia de nuestra civilización, escrita generalmente por los vencedores de las múltiples guerras, está plagada de fábulas y narraciones de las proezas de personajes que, en algunos casos no han existido, y en otros, su recuerdo ha sido glorificado y ensalzado para convertirlos en ídolos con los que poder seguir manteniendo unos “estatus quos” o “modus vivendis” que interesaban a sus descendientes.
Nuestra historia es confusa, nuestras leyes de la ciencia universal provisionales, nuestras creencias insostenibles, nuestros héroes dudosos, nuestros dioses infantiles y continuamente sustituibles, nuestra emociones y sentimientos pura química y neurotransmisores, nuestras pasiones meros impulsos del cerebro, nuestra imagen un cuerpo basado en una evolución en la que la necesidad crea el órgano.
Y si de algo podemos presumir es de nuestra ignorancia, nuestra despreocupación por el planeta y nuestra irresponsabilidad política y social, nuestro antropocentrismo. Al escribir estas líneas se extiende una pandemia vírica peligrosa por todo el planeta. Un fantasma que amenaza con extinguirnos, uno más como los peligrosos asteroides que pasan rozando nuestro planeta y que un día, tarde o temprano, colisionarán creando un caos inexorable. Igual que un día estallara un mega-volcán como Yellowstone; igual que, cuando menos lo esperemos, los hielos de los casquetes polares se fundirán creando la desolación en todas las costas; igual que un día un chiflado pulsará el botón nuclear y nos ensalzaremos en una guerra apocalíptica, igual que un día una estrella cercana explotará y nos lanzará su letal radiación cósmica, o el propio Sol descargará una tormenta magnética que inutilizará toda nuestra red cibernética soporte de nuestra civilización.
Mientras vivimos despreocupadamente, ajenos a nuestra precaria existencia, alternando los unos con los otros y dialogando insulsas y vacías conversaciones, presumiendo de nuestros nuevos móviles o de nuestros amoríos o comentando distintos escenarios sociales que solo son momentos rutinarios de una existencia repleta de mediocridad. Somos como actores en un escenario en el que repetimos una función en la que solo cambia, con el tiempo, el decorado y vestuario: es la triste representación que nos toca vivir. Estamos en un espectáculo de títeres “déjà vu” en el que siempre hay alguien que mueve los hilos, en el que siempre nos utilizan, en el que nos desinforman, en el que nos someten a una falsa realidad y nos enganchan a espectáculos masivos deportivos o conexiones en la Red con la intención de que no pensemos, lucubremos, razonemos o cavilemos, no sea que, un anochecer contemplando las estrellas, descubramos la singularidad de nuestra existencia.
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