NO ESTAMOS HECH0S PARA CONQUISTAR EL ESPACIO
“…el proceso evolutivo nunca ha inventado la rueda, a pesar de que sus ventajas selectivas son manifiestas. ¿Por qué no ha de haber arañas rodadas o cabras o elefantes deslizándose sobre ruedas por las autopistas? La respuesta más evidente es que hasta hace muy poco tiempo no existían las autopistas”.
Carl Sagan
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“Que no digan que el espacio no está hecho para el hombre, allí donde el hombre quiere ir puede vivir”.
Bruno H. Burgel
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“El espíritu humano crece a medida que el Universo se desarrolla. El hombre, pues, puede y debe intentarlo todo”.
Buffon
EL GRAN PROBLEMA EN EL ESPACIO ES EL SER HUMANO
Somos estructuras adaptadas para sobrevivir en la Tierra sin necesidad de mecanismo. Podemos escalar montañas y nadar en la mar, incluso bucear algunos metros, resistimos los cambios temperatura producidos por las estaciones y, cuando necesitamos volar, recurrimos a nuestro cerebro diseñando los artefactos necesarios para desplazarnos por el aire. Nuestros problemas empiezan con las alturas, las profundidades marinas y subterráneas y el espacio de ahí fuera.
No estamos adaptados para vivir en el espacio o en los planetas que conocemos. La necesidad ha creado los órganos para sobrevivir en la Tierra entre ciertos límites.
El gran problema de la conquista del espacio no es la tecnología en las naves, ni los sistemas de propulsión; el gran problema es el hombre. Estamos proyectando cohetes, módulos y naves para la conquista espacial, pero en realidad construimos “burbujas” para poder sobrevivir y desplazarnos ahí fuera.
Los problemas empiezan cuando constatamos que ahí fuera todo es diferente. Son dificultades parecidas a las que tuvimos cuando empezamos a explorar los fondos marinos. Precisábamos resistentes batiscafos, trajes de buceo, entrenamientos especiales, tecnología para respirar. Con la exploración del espacio tenemos problemas parecidos, con el agravante de que no sólo queremos explorar, sino colonizar inicialmente la Luna y Marte, y una de las mayores dificultades es que, allí fuera, estamos solos. Ante un problema la ayuda desde la Tierra puede tardar meses o años.
Los astronautas han sido y son cobayas para la medicina aeroespacial. Se ha descubierto que muchos aspectos de lo que sucede al cuerpo humano al estar largo tiempo en el espacio, tienen consecuencias irreversibles.
Con estas condiciones, por muy jóvenes que sean los astronautas que salgan de la Tierra, cuando lleguen a Marte serán un conjunto de cuerpos envejecidos. Se precisa, además, gente con grandes conocimientos, personal en unas excelentes condiciones físicas, ya que su estado al llegar a Marte será sensiblemente enfermo. Entre los astronautas que viajen a Marte debe de haber un médico o, como mínimo, especialistas en medicina aeroespacial. Se precisan elegidos para la gloria. Comparablemente es como los navegantes que surcaban los océanos con aquellas naves salubres, que terminaban con la vida de muchos navegantes por el escorbuto, avitaminosis, fiebre amarilla, tétanos, tuberculosis y otras enfermedades. Muchos de aquellos navegantes llegaban a los nuevos continentes en estados lamentables.
Sabemos que de la Tierra saldrán unos astronautas en unas excelentes condiciones físicas y psicológicas, pero llegarán a Marte con un 20% menos de masa ósea; con una carótida y una femoral 20 o 30 años más vieja de lo que era al salir de la Tierra; con músculos atrofiados y una sustancial pérdida de peso; tasas elevadas de grasa en la sangre y alteración del sistema inmunitario; problemas de visión; y trastornos psicológicos. Todo eso sin contar los daños invisibles que produce la radiación cósmica.
LAS CONSECUENCIAS DE LA GRAVEDAD
Los efectos de la falta de gravedad sobre el cuerpo humano es uno de los problemas con los que los astronautas se encontraran. Lo que se conoce, hasta ahora, por la experiencia que se tiene de los astronautas en la ISS, se traduce en las siguientes patologías: La vista se vuelve borrosa debido a que la hiperpresión intracraneal provoca una pérdida del campo visual y un descenso de la acuidad. La densidad de minerales en los huesos disminuye de 1% a 2% por mese, por lo que pierden masa y se vuelven más frágiles. Algunos astronautas han llegado a perder en seis meses un 20% de masa ósea. Entre los cuatro y seis primeros meses en el espacio la pérdida ósea es significativa y se localiza en la columna vertebral y los miembros inferiores, especialmente el fémur y la tibia.
El sistema cardiovascular envejece, en seis meses las arterias envejecen tanto como si hubieran transcurrido veinte o treinta años. Este sistema también se ve afectado y las arterias carótida y femoral sufren un espesamiento importante y se hacen más rígidas. Envejecen entre 20 y 30 años en seis meses.
Los músculos se atrofian por la ausencia de gravedad. Y la pérdida de peso llega hasta 5 kilos por mes en la ISS.
El metabolismo se descompone, aumenta la tasa de grasa en la sangre y se produce una resistencia a la insulina que altera el sistema inmunitario. También hay que considerar los desarreglos metabólicos, como la resistencia a la insulina que conduce a un estado pre diabético y a hiperlipidemia (tasas elevadas de grasa en la sangre).
Para paliar que estos efectos sobre el cuerpo humano y que no empeoren se han tomado contramedidas. El astronauta debe realizar dos horas de deporte diarias (bicicleta, correr sobre el suelo rodante). Se les viste con pantalones “Tchibis” un equipo cargado de electrónica que atrae el flujo sanguíneo hacia las piernas. También se les somete a un régimen nutritivo especial, e ingieren medicamentos que son cocteles con propiedades antioxidantes y anti-inflamatorias. Pero estas medidas no palian los efectos más graves, y al regresar a la Tierra hay que extraerlos de las cápsulas, porque ellos son incapaces de salir por sí mismos. Durante tres semanas se evita que conduzcan o realicen vuelos transatlánticos. Uno de los problemas a resolver reside en la llegada a Marte, ¿podrán salir ellos solos de la nave o tendrán que permanecer varios días recuperándose y acostumbrándose a la nueva gravedad? Afortunadamente en Marte la gravedad no es tan fuerte como en la Tierra. En cualquier caso el efecto sobre los huesos es duradero, y se ha comprobado como astronautas han tenido problemas en su masa ósea un año después de haber regresado.
Al margen hay que considerar que un astronauta no está al margen de sufrir traumatismos que, dada la fragilidad ósea, se transformen en rupturas. ¿Cómo debe tratarse una fractura en la superficie de Marte, o en un viaje por el espacio de varios meses? ¿Debe entablillarse, enyesarse o solo vendarla? ¿Cómo se reparará un hueso que está perdiendo parte de su masa? No se tiene ni idea.
Recordemos que cuando los astronautas llegan a la ISS se ven afectados por “el mal del espacio” con náuseas y diarreas, durante los tres primeros días. Se han observado también errores en maniobras de pilotaje o manejo de instrumental en la que los astronautas estaban perfectamente entrenados.
La pérdida visual afecta al 60% de los astronautas, y todos acostumbran a sentir afectado su sistema vestibular de la oreja interna, pieza indispensable para el equilibrio y la orientación.
EL ENEMIGO INVISIBLE: LAS RADIACIONES.
Los astronautas estarán bombardeados por partículas cósmicas que viajan a la velocidad de la luz. El espacio está atravesado por un 85% de protones, un 14% de partículas alfa y 1% de elementos duros como el hierro. Además de extrañas ondas extra galácticas, partículas del viento solar, pero sobre todo esos protones que se desplazan en forma de átomos de hidrógeno ionizado.
Los dosímetros de la sonda espacial Curiosity en su viaje a Marte, detectaron cantidades que sobrepasaban los límites aceptables para el cuerpo humano. En aproximadamente siete meses de viaje contabilizaron 330 mili sieverts (mSv), unidad que mide los desgastes biológicos de una irradiación. El ser humano soporta una media de 2,4 a 2,9 mSv de irradiación natural por año.
Los astronautas no solo se verán afectados a la radiación en el espacio, sino también cuando estén en la superficie de Marte, ya que este planeta carece de campo magnético que pueda proteger de la radiación, y aún menos su tenue atmósfera. Una estancia de cien días en su superficie significaría recibir una radiación de 320 mSv.
A esta radiación hay que añadir las erupciones solares, con gran cantidad de protones capaces de doblar las dosis de radiación. La realidad es que no hay lugar donde esconderse, no se puede huir a ningún sitio para esquivar la radiación. Dos años en Marte significan estar expuestos a una dosis mínima de 1 sievert, es decir, 50 veces más que un trabajador en un lugar de riesgo de la Tierra, que está fijado en 20 mSv.
¿Qué efecto va a tener esa radiación en los astronautas? Solo se sabe que a partir de que la radiación sobrepasa 1 miligray (mGy es la unidad que mide la cantidad de energía recibida), se produce una alteración de las células del ADN. A partir de 4,5 grays (Gy) se puede decir que la radiación recibida puede ser muy grave, incluso mortal. Si se sobrepasa 100 mSv se produce leucemia y 200 mSv producen cáncer. Cada mili sievert suplementario a estas dosis produce 1% más de riesgo.
Curiosamente no todos somos iguales ante la radiación. Hay quien repara los daños producidos por esta rápidamente (gracias a la proteína ATM), y otros que tienen una mayor radio sensibilidad. Por lo que en la selección de astronautas se podría considerar este hecho. Existe, aproximadamente, un 80% de la población que repara rápidamente los daños causados; un 20% que tarda más y un 1% que no repara nada.
Tal vez sea este el motivo que una radiación de 0,2 Gy produzca en algunos deterioros equivalentes a los producidos por una radiación de 2 Gy.
¿Cómo detener estas radiaciones? No podemos hacer naves blindadas de plomo, ya que el peso se convertiría en un problema. En el viaje no existen soluciones perfectas. En Marte el agua de los polos podría servir para construir iglús que protegerían de la radiación, o habría que enterrar las bases y los hábitats a un metro de profundidad, en la que la dosis caería a 80 mSv por año.
Pero en el espacio sigue habiendo un problema. Una hoja de papel es suficiente para detener una partícula alfa, una de aluminio detendría los electrones, pero para detener los protones se necesita un metro de plomo.
Solo un medio rico en hidrógeno, como la parafina, inmoviliza los protones. Puntualizar que ciertos blindajes se convierten, una vez irradiados, en algo tan peligrosos como las mismas partículas. Y este es el caso de plomo, que al ser tan denso limita el paso de los protones, pero los integra en su estructura. En su interior se producen reacciones nucleares que originan partículas secundarias que tienen efectos, aún más dañinos, en las células biológicas, como los neutrones.
La probabilidad de impacto de una partícula, proveniente del fondo espacial, en el casco de un astronauta es de una por kilómetro cuadrado y por siglo. Sin embargo, los cascos de los astronautas de las misiones Apolo estaban atravesadas por más de una decena de estas partículas.
Por otra parte los iones secundarios penetran la materia y la piel algunos centímetros, produciendo en los ojos la opacidad progresiva del cristalino, hecho constatado por la circunstancia de que el 30% de los astronautas sufren cataratas.
¿Cómo proteger a los astronautas dentro de la nave espacial durante largos viajes?
Existen ideas, pero hoy aun imposibles de desarrollar. Como, por ejemplo, la creación de bucles magnéticos alrededor de las naves que desvíen las partículas. Pero para ello se necesitarían campos magnéticos intensísimos.
La única solución es la de situar a los astronautas en cápsulas criogénicas, en un estado de hibernación, en un lugar pequeño de la nave que no fuera complicado de proteger con materiales especiales, bolsas de agua o pequeños campos magnéticos. Mi experiencia en Cryonics de España, donde fui presidente, es la conservación en cápsulas introducidas en agua. Un proceso largo de explicar que trataré en otra ocasión.
NACE LA EXOPSICOLOGÍA
Un espacio reducido, siempre las mismas otras cinco caras, falta de intimidad, saber que no puedes ir a ningún sitio, conversaciones que se repiten, roces por diferencia de caracteres y la desesperanza de saber que esto perdurará un año y medio. Este es el panorama que tiene el astronauta en su viaje por el espacio, es el cóctel perfecto para la locura. Un coctel cuyos ingredientes son el insomnio, las pesadillas nocturnas, la pérdida del humor, somatizaciones, retardos cognitivos, etc.
Al cabo de seis meses de convivencia a uno le entran ganas de abrir la puerta y largarse. El astronauta soviético de la Soyouz 25, que estuvo largo espacio de tiempo con otro astronauta con el que no tenía buenas relaciones explicaba en sus memorias: “Todas las condiciones necesarias para cometer un crimen se juntan al encerrar dos hombres en una cabina de cinco metros por seis y dejarlos vivir solos durante un mes”.
Entre 2010 y 2011 se aislaron seis voluntarios durante 520 días, en la réplica de una nave espacial que se había construido a las afueras de Moscú. Simulaba las condiciones del viaje a Marte. Los candidatos astronautas de este experimento, denominado “Marte 500”, mostraron que tras atravesar un corto periodo de euforia, el estrés del aislamiento empezó a provocar problemas psicológicos y a la vez con repercusiones fisiológicas especialmente problemas digestivos. La motivación desapareció y cundía la apatía. Los voluntarios o se encierran en sí mismos o se vuelven agresivos hacia los otros. Se comprobó que el estrés generaba un espesamiento de las arterias.
Los psicólogos tienen un papel relevante en la selección de los astronautas, no se pueden equivocar. No se puede enviar meses o años de viaje por el espacio a gente en la que les va aflorar traumas y bloqueos personales que no han sido somatizados. Se necesita gente formada, consciente de sí misma, equilibrada y que sepa dominar sus emociones. Gente no violenta, pero si valiente, razonadora, humanista, con inquietudes e interés por los misterios de la vida. No puede haber “astronautas al borde con un ataque de nervios”. El mejor ejemplo de templanza lo tenemos en los astronautas del Apolo 13, con su lacónico comienzo, “Houston, tenemos un problema”, y su final “Houston estamos llegando a casa”.
Sirva la anécdota siguiente como comparación sobre los sucesos que pueden acaecer en espacios pequeños y en condiciones peligrosas.
En varias expediciones de investigación que he realizado por el profundo desierto del Sahara del Sur de Argelia, vivimos unas experiencias semejantes a las de los astronautas. Viajábamos cuatro personas en una Combi 1300, que la Mercedes Benz había adaptado especialmente para el desierto. En ocasiones estábamos cinco o seis días sin cruzarnos con nadie, machacados por un calor de 54ºC y carentes de agua fresca que consumíamos en una cuantía de ocho litros por persona y día. Todos titulados universitarios, todos educados y correctos compañeros de otras investigaciones… pese a ello, el espacio mínimo en el vehículo, el calor, la conducción sobre el rizado suelo con sus temblequeo y el agua horrorosamente caliente y algo salada, la tensión por el peligro de ser atacados por tribus bandoleras del Niger, producía tiranteces, discusiones, respuesta inoportunas, una serie de aspectos que uno de los miembros, el doctor Julio Martínez, anotaba en su agenda, según habíamos acordado que hiciera dentro de un estudio de comportamiento psicológico. Este hecho irritaba tanto a un miembro del equipo que, en una ocasión, propuso a los demás que le arrebatásemos la agenda y la quemásemos. Lo sucedido entre los astronautas rusos no me extraña, ya que recuerdo que, en otra ocasión se unió a nosotros un quinto compañero que resultó convertirse en una pesadilla nocturna, ya que sus ronquidos eran tan estruendosos como los aullidos de los gorilas del Congo en época de celo. Dormíamos todos en la misma tienda, y uno de nosotros llegó a pasarle, al que dormía más cerca del ruidoso roncador, un cuchillo de supervivencia para que acabase con él y los ronquidos.
NADIE ESTÁ A SALVO DE UN ESTALLIDO DE LOCURA.
Hasta la fecha, ningún astronauta ha solicitado regresar de la ISS. También saben que sería algo que no podría cumplimentarse inmediatamente. Los psicólogos que han estudiado la estancia de los astronautas en la ISS la describen así.
Al llegar todos están encantados de estar allí. Los primeros días son hiperactivos y carecen de tiempo para pensar en las condiciones que están. A los dos meses se produce una fase de alarma. Aparecen las primeras frustraciones. Se empieza a pensar lo que han dejado detrás y si la elección ha sido acertada. Piensan en la familia, los amigos, los hobbies. Sigue la fase de resistencia. La vida en la estación se convierte en rutina y la presencia de los demás se hace sentir. Aparecen depresiones y pueden haber conflictos con los demás por temas de trabajo: “Yo trabajo más que tú”.
La experiencia muestra que no hay que dejarles tiempo a los astronautas para que se enfaden entre ellos. El equipo de control en tierra, psicólogos, tiene la responsabilidad de estos hechos. Seguidamente, en la mitad de la misión se produce la fase de abatimiento, están menos activos e interesados por los experimentos. En un viaje a Marte es la fase en la que tienen consciencia de que les queda lo más difícil y arriesgado: el aterrizaje en el planeta rojo.
A partir de la fase de abatimiento pueden desatarse fases de tensión, fases que llegan a pelearse y golpearse, como ocurrió entre los dos astronautas rusos de la Estación Saliout 5, que se batieron a cuchillazos, afortunadamente sin consecuencias graves. Los psicólogos dicen: “Nadie está a salvo de un estallido de locura”.
Ha sido la experiencia en los vuelos espaciales, las estancias en las Estaciones y los primeros viajes a la Luna los que han permitido a los psicólogos y médicos constatar los comportamientos y afirmar que, por ejemplo, el estrés se produce por los espacios reducidos en que conviven los astronautas lo que produce que la relación entre ellos se convierta en patológica. No es de extrañar que se diga que los astronautas regresan cambiados de sus estancias en el espacio.
En el caso que un astronauta “enloquezca”, si se encuentra en la ISS puede ser repatriado a la Tierra en 24 horas, si se encuentra de viaje a Marte, hay que seguir conviviendo con él y vigilarlo.
NO ENVIEN LOCOS AL ESPACIO.
El examen psicológico es esencial, y la menor duda significa que “hay que quedarse en la Tierra”. Los astronautas deben pasar una preparación psicológicas, con simuladores de varias semanas, enseñarles todos los problemas mentales con los que se van a enfrentar, deben de aprender a meditar. Enseñarles a ser limpios, respetuosos con el trabajo de cada uno, y sobre todo saber hablar para resolver los conflictos. Y siempre tienen que tener en mente que podrán ser conscientes de los riesgos, pero no se darán verdaderamente cuenta de las situaciones hasta que no estén en ellas.
Los problemas psicológicos parecen ser los más fáciles de poder paliar, y en gran parte se conseguirá con una precisa selección de los futuros astronautas. No solo tienen que estar entrenados a volar, lo que ya da cierta seguridad en la frialdad del comportamiento ante los problemas que puedan acaecer. Tienen que aprender a trabajar en equipo. Tienen que ser personas formadas en sus profesiones, con buenos conocimientos en varias materias, especialmente en aspectos médicos. Pero también deben saber trabajar en equipo, dialogar y razonar los aspectos técnicos y científicos que se planteen. Deben de acostumbrarse que dentro de la nave o estación su intimidad será mínima, que siempre estarán rodeados de gente y, paradójicamente, saben que están solos.
La selección psicológica del futuro astronauta debe ser rigurosa, firme, tenaz, inflexible y profunda. Puede que un candidato sea rechazado y se vea traumatizado por este hecho, pero otros que serán admitidos saben, como mínimo, que no viajaran con un individuo inestable que pueda poner en peligro la misión.
El entrenamiento en piscinas – como la del Laboratorio de Flotación Neutra, la más grande del mundo y en la que cabe hasta un transbordador y partes de la ISS -, es un ejemplo de lo que hay allí arriba, flotando igual como se flota en el espacio, se van a enfrentar. Pero nunca será igual. En la piscina con trajes similares a los que llevarán en el espacio, y rodeados de buceadores, no están solos. Pero cuando están en la ISS y salen fuera de la estación, están completamente solos, son la única persona dentro del traje espacial. Solos con su soporte vital, viendo el planeta Tierra “allí abajo”, es una experiencia que no engaña al cerebro porque sabe los riesgos que se están corriendo.
Otro problema será el día que las naves orbitales a la Tierra o la Luna, lleven turistas. Los turistas no van a pasar un gran examen psicológico, pero si médico. No se va a exigir un certificado de estabilidad mental. Por tanto, las normas serán igual que las que aplican las compañías aéreas. Normas que se refieren a cómo debe comportarse la tripulación cuando un pasajero es víctima de algún trastorno mental por claustrofobia, agorafobia, acrofobia, etc.
…TRES…DOS….UNO….CERO.
Recreemos el un fragmento el lanzamiento (launch) en cualquier misión del espacio, instante rodeados de estrés y tensión.
Cuando faltan menos de un minuto para el lanzamiento, la tensión se palpita en la cabina de mando. El electrocardiograma que registra las secuencias de la actividad del corazón de los astronautas delata un aumento de los latidos de este órgano. En los paneles de mando los pilotos luminosos se activan indicando la proximidad del lanzamiento, también delataran cualquier anomalía que obligase a pulsar el botón de “abortar” el despegue, o botón del “pánico” como lo llaman algunos.
Solo quedan escasos segundos y, entre el estruendo y las primeras vibraciones, se escucha la voz de la cuenta atrás: diez, nueve, ocho… El corazón de los astronautas se acelera aún más, la adrenalina se dispara:…siete, seis… los motores se activan cuando quedan seis segundos, se siente una sacudida hacia arriba adelante y luego hacia atrás al llegar a cero. Los ocupantes del módulo de mando se aferran involuntariamente a los posa brazos de sus sillones y apoyan con fuerza sus espaldas en los respaldos anatómicos de estos mientras respiran profundamente:… cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero. Todo tiembla entre un gran estruendo al encenderse los motores principales. Todo empieza a moverse a 161 kilómetros por hora. Los astronautas sienten como sus cuerpos se aplastan y se hunden en sillones, por los ojos de buey se ve como la estructura de la torre de lanzamiento pasa vertiginosamente quedándose atrás, o habría que decir allí abajo.
Son esos momentos en los que la resistencia física es vital. El despegue del cohete ejerce la necesidad de soportar la fuerza de la gravedad con un peso de 3 G en los cuerpos, unos instantes que disparan las pulsaciones haciéndolas subir a 144 por minuto, mientras los astronautas se ven aplastados contra los asientos y todo vibra entre el rugido de los motores. Son momentos en los que la visión se torna borrosa, instantes que llegan a producir, en algunos astronautas, desvanecimientos.
La realidad es que la fuerza de la gravedad no es muy fuerte en el despegue, alcanza los 3 G, que es como si fuéramos en un vehículo por una carretera a 105 Km/h y frenásemos en seco, situación en la que alcanzaríamos los 3 G. Es lo mismo que experimentamos en una montaña rusa del parque de atracciones. La verdad es que los astronautas alcanzar 7,6 G en la maniobra de reingreso a la Tierra, y si han sido pilotos de combate habrán llegado a experimentar hasta 9 G en las maniobras de evasión.
Los momentos de despegue son los más espectaculares y los que mayor turbación producen, se quiera o no se es consciente del peligro que se vive, de que algo puede fallar, que un error en la construcción de la lanzadera puede producir que todo reviente en un trágico estallido. Hay temor, adrenalina que se desprende irremediablemente, dopamina que hace latir el corazón. Por mucho dominio de los nervios que se tengan es un momento de gran tensión psicológica, nada impide que el cerebro recurra al despliegue sus neurotransmisores.
Los psicólogos asesores de la NASA u otras empresas, recomienda que durante el momento del despegue se les encomiende a los astronautas tareas para realizar con el objetivo que no piensen en las consecuencias de ese momento crucial. Así tienen que repasar instrumentos y anotar su lectura o notificarla a la base de lanzamiento. El despegue es una maniobra que han realizado cientos de veces en las cabinas de los simuladores donde han sentido el mismo ruido del ascenso y las mismas vibraciones. Pero nada puede engañar a la mente y ahora saben que se encuentran ante la cruda realidad, la partida de un cilindro de 3.000 toneladas y 117 metros de altura con una fuerza, en el momento del arranque, de 4.173 toneladas, equivalente a 34 Boeing 747 o 17.400 locomotoras, que produce una velocidad de escape de la Tierra de 11,2 Km/s o 40.320 Km/h. Hablo del nuevo cohete que llevará a los astronautas de regreso a la exploración lunar y marciana, el Space Launch System (SLS). Los astronautas también saben que ese gigantesco cohete lleva unos depósitos criogénicos con una mezcla de oxígeno e hidrógeno líquido a unas temperaturas de -183ºC y -250ºC, respectivamente, cuya explosión los desintegraría totalmente.
El lanzamiento sigue sus fases y por el ojo de buey las nubes pasan rápidamente, el cielo se oscurecerá o se aclarará brillantemente dependiendo de la hora del lanzamiento. El desprendimiento de los boosters de los costados se percibe como un crujido que aligera la nave y pone en marcha un nuevo impulso que empuja al complejo del SLS.
Son una serie de experiencias que los astronautas han vivido docenas de veces en los simuladores, pero en esta ocasión se están enfrentando a la auténtica realidad que provoca que el estrés y el temor estén presente, ya que los ocupantes del Crew Module saben que estos momentos son reales, y que cualquier fallo desencadenaría una terrible tragedia.
Han transcurrido ocho minutos y el ingenio ha alcanzado los 188.293 kilómetros de distancia, los astronautas sienten que se despegan de los asientos, un lápiz empieza a flotar, se ha entrado en la ingravidez y el SLS alcanza una velocidad de 30.000 km/h.
Todos los momentos cruciales del lanzamiento ya han transcurrido y son recompensados por la visión de la Tierra desde el espacio, una de las imágenes más maravillosas que narrarán todos los astronautas. Una inmensa esfera de color azul que se irá alejando y empequeñeciendo en las profundidades del espacio silencioso.
Poco a poco la Luna se irá engrandeciendo, dando la impresión que se aproxima con su pálido color blanco y una orografía repleta de grandes mares secos y cráteres de todos los tamaños. Es el mundo más próximo a la Tierra, es nuestro único satélite, un mundo árido y caluroso cuando lo ilumina el Sol, pero también frío y terriblemente oscuro durante sus noches. Un mundo que no está hecho para la constitución humana, un mundo sin oxígeno para respirar que precisa complejos trajes para sobrevivir en su superficie.
Pero la SLS dejará a un lado la Luna, ya que el objetivo de este lanzamiento está más alejado y requiere cerca de seis meses o un año de claustrofóbico y peligroso viaje por el espacio, entre micro meteoritos y letales rayos cósmicos. Ahora, desde la posición de salida de la Tierra, Marte es solo un punto rojizo que se mueve alrededor del Sol; es un lugar árido, sin apenas atmósfera, bombardeado por los rayos cósmicos, meteoritos y algún que otros asteroide de peligroso tamaño. Un lugar donde se desatan tormentas de arena docenas de veces más potentes que las de los desiertos de la Tierra. Es un astro misterioso y repleto de sorpresas inesperadas.
Seamos sinceros, la conquista del espacio es urgente por el hecho de que en este planeta no estamos seguros. Tarde o temprano tendremos una gran catástrofe que acabará con nuestra civilización. Ahora ha sido un virus que nos ha advertido que hay millones como él, y que estamos expuesto a que uno más contagioso que el Covid-19, no podamos dominarlo. Pero tan peligroso es el hecho de que un asteroide impacte con nuestro planeta, alguno de nuestro Sistema Planetario y alguno inesperado como el Oumuamua, que atravesó nuestros Sistema Planetario en 2017;, el inesperado cometa Borissov; el que cayó en Tunguska en 1908; y el causó heridas a cientos de personas en la ciudad de Cheliabinsk.
Cuatro o cinco volcanes amenazan entrar en erupción, crear un invierno nuclear, acabar con nuestra existencia, el volcán de Yellow Stone es uno de los candidatos. Una explosión del Sol, o la radiación de una Nova cercana. Un cambio de clima repentino y todo el planeta podrían estar recubierto de hielo, arruinándose todas las cosechas y acabando con todas las especie. Incluso un volcán subterráneo, como los centenares descubiertos bajo las capas de hielo de los Polos podría sorprendernos con una erupción.
Se nuestra civilización quiere sobrevivir, debemos prepararnos, debemos explorar los astros que nos rodean y colonizar la Luna y Marte.
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